Analizamos la utilidad de la jornada que culmina la Semana Europea de la Movilidad.
Todos los años, el 22 de septiembre, se celebra el Día Mundial Sin Coche, una jornada que nació con la intención de concienciar a la gente de que el automóvil debía dejar de ser la opción de desplazamiento por defecto. Sin embargo más de dos décadas después de que comenzase a celebrarse, el Día Mundial Sin Coche sigue siendo igual de necesario, lo cual constituye un triste recordatorio del mucho camino que nos queda por recorrer para alcanzar objetivos que nos marcamos hace ya demasiado tiempo.
En 1994, cuando se celebró por primera vez el Día Sin Coche, solo los habitantes de Reikiavik, La Rochelle y Bath tuvieron noticia de ello. Ninguna otra ciudad europea se sumó a la iniciativa y ninguna de estas, que sí lo hicieron, tenían graves problemas de tráfico.
Desde entonces, más y más municipios se han ido sumando a la iniciativa, y finalmente, desde el año 2000, el Día Sin Coche se enmarca dentro de la Semana Europea de la Movilidad, que busca difundir los beneficios de un transporte más sostenible, fomentar el transporte público, la bicicleta, los desplazamientos a pie y el uso compartido de los vehículos privados. Se podría afirmar, a la vista de los datos de seguimiento, que el Día Sin Coche es hoy por hoy un éxito.
Ahora bien ¿han servido todos estos años de Días Sin coche para reducir el tráfico o cambiar en algo nuestros modelos de movilidad durante el resto de los días del año? Lo cierto es que no demasiado. Y por eso esta jornada ha sido a menudo tachada de medida inútil, tanto por quienes son contrarios a este tipo de iniciativas como por quienes creen que se quedan cortas.
El verdadero objetivo del Día Sin Coche no es que evitemos coger el coche durante un día, sino que dediquemos ese día a explorar alternativas de transporte; es decir, que tratemos de “hacer vida normal” sin coger el coche. La idea es que así descubriremos que es posible prescindir de él en muchas ocasiones y dejaremos de tomarlo como la opción de desplazamiento por defecto. Por cierto, en ese sentido, puede que este año sea un poco “trampa”, porque cuando un Día Sin Coche cae en domingo, es muy fácil sumarse y no sacar ninguna conclusión válida.
Ahora bien, si de encontrar alternativas se trata, no vale con que el ciudadano ponga toda su buena voluntad; evidentemente debe haber alternativas. Y es que no todo el mundo puede desplazarse al trabajo andando o en bici. Una buena red de transporte público es fundamental para que la idea de un Día Sin Coche cale.
Como se ve, la cuestión no es sencilla, porque para que la idea prospere es necesaria la adhesión de la gente y una buena respuesta por parte de las instituciones. Por eso es seguramente más importante todo lo que se hace en los días CON coche, es decir, el resto del año. Son las llamadas “medidas permanentes” (peatonalización, creación de zonas de velocidad limitada y de carriles bici, implantación de alquiler de bicicletas, mejora de la accesibilidad…), y hay que decir que en este campo España está a la cabeza, con 2.418 medidas ejecutadas el año pasado.
Más que un problema ecológico
La proyección del vehículo eléctrico parece augurar un futuro próximo en el que el Día Mundial Sin Coche no será necesario. La contaminación ambiental descenderá drásticamente en cuanto el parque móvil sea mayoritariamente eléctrico y la acústica también lo hará (excepto quizá en Europa, donde se pretende que los coches eléctricos emitan algún tipo de sonido). Sin embargo, puede que la electricidad no sea la solución de todos los problemas que el coche plantea.
En los años 70, cuando nacieron las primeras iniciativas para desincentivar el uso del coche, el problema no era la contaminación, sino el precio del crudo. Cogidos por sorpresa por la crisis del petróleo del año 73, muchos países se dieron cuenta de que la gasolina era un bien demasiado valioso como para gastarlo alegremente y pusieron en marcha medidas desincentivadoras. Fue entonces, por ejemplo, cuando la bicicleta ganó la batalla al automóvil en Dinamarca, un caso de éxito paradigmático para la defensa del transporte sostenible.
Ya en los años 90, cuando comenzaron a celebrarse los primeros Días Sin Coche, el problema había dejado de ser el precio del petróleo. Lo que entonces movió a diversas organizaciones a poner en marcha esta jornada fue la constatación de que el uso a gran escala del automóvil estaba causando daños en el medio ambiente y en la salud de las personas.
Dentro de unos años, cuando casi todos los coches sean eléctricos, es posible que la celebración de un Día Sin Coche siga teniendo tanto sentido como ahora. Y es que el impacto del coche va mucho más allá de su contaminación ambiental y acústica. El coche define nuestras vidas y, como ya dijimos en este post, también las ciudades en las que vivimos. A día de hoy, de media, el espacio dedicado al coche ocupa el 60% de nuestras ciudades.
Evidentemente, no es razonable esperar la desaparición del coche. El automóvil seguirá siendo necesario. Es solo que no es realmente necesario para todo ni para todos. Como siempre, se trata “simplemente” de hacer un uso más racional de él. Y entrecomillamos “simplemente” porque lograr ese objetivo representa un reto mayúsculo en nuestra sociedad.
Así que, bien sea por gasto, por contaminación o por filosofía, parece que tenemos Días sin Coche para rato. Hay mucho trabajo que hacer aún.