El futuro del planeta se decide en apenas 11 días de cumbre climática
Greta Thunberg, la cara más visible del ecologismo en los últimos tiempos, surca el océano a toda velocidad en un velero con destino a la Península Ibérica; debe llegar a tiempo para participar en su enésimo evento contra el cambio climático. Entretanto, los operarios de IFEMA trabajan sin descanso para ponerlo todo a punto antes de la fecha límite; hasta ahora han hecho, en casi un mes, un trabajo que normalmente requiere entre seis meses y un año. La Cumbre Anual del Clima de Naciones Unidas de Madrid (COP25) se ha convertido, sin que nadie lo haya pretendido, en una metáfora muy apropiada de lo que los expertos aseguran que va a ser la lucha contra el cambio climático a partir de ahora: una carrera desesperada contra el reloj.
La asunción de medidas para luchar contra el cambio climático se ha convertido en un asunto que no se puede seguir dejando para mañana. Eso es, al menos, lo que opinan el 100% de los ecologistas, la mayoría de la comunidad científica y una gran parte de los gobiernos e instituciones del mundo. La COP25 es buena prueba de la sensación de urgencia que existe. Inicialmente la cumbre iba a tener lugar en Brasil, pero en 2018, nada más ser elegido presidente, Jair Bolsonaro retiró la oferta. El evento pasó entonces a Chile, pero el pasado octubre su presidente, Sebastián Piñera, anunció que su país renunciaba a organizarlo debido a la difícil situación política que estaba atravesando. Fue entonces cuando Madrid tomó el testigo de la organización, si bien Chile va a continuar siendo el anfitrión del evento.
El caso es que en todo ese tiempo, más de un año, nadie ha propuesto retrasar la cumbre, por muy accidentada que haya sido su organización. ¿Por qué? ¿Qué se va a debatir en la COP25 que no pueda esperar unos meses más?
La lucha contra los gases de efecto invernadero
La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, más conocida como Cumbres contra el Cambio Climático, comenzó en 1995. Desde entonces se han celebrado encuentros anualmente sin excepción. Esta de Madrid será pues la vigesimoquinta.
No todas ellas han tenido la misma importancia, algunas han pasado sin pena ni gloria, mientras que otras han supuesto auténticos hitos en la lucha contra el cambio climático. La de Kioto (COP3) en el año 1997 supuso un gran avance porque por primera vez los países firmantes acordaron hacer un esfuerzo por reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Desgraciadamente, el Protocolo de Kioto tardaría ocho años en entrar en vigor.
La de París (COP21) en 2015 fue otra de las cumbres destacadas. En esta ocasión se alcanzó el llamado Acuerdo de París. Más que un avance prometedor, dicho acuerdo es un triste reconocimiento del fracaso de Kioto. Casi dos décadas después de aquella COP3, solo nueve países firmantes habían cumplido con sus objetivos; y de todas formas sus esfuerzos se vieron empañados por el hecho de que el conjunto de las emisiones había aumentado en más del 50%. El acuerdo de París es un compromiso renovado y vinculante para continuar con el esfuerzo a partir de 2020, que es cuando caduca definitivamente el Protocolo de Kioto.
La Cumbre de Madrid (COP25) promete sumarse al grupo de las históricas, porque lo que en ella está en juego es, precisamente, que el Acuerdo de París no quede en agua de borrajas. Y es que en París no se llegó a mucho más que a un compromiso sobre que ya se llegaría a algo más adelante. Es en Madrid, la semana que viene, cuando de verdad se espera que los países establezcan las reglas y las obligaciones para luchar contra el cambio climático durante la próxima década.
Qué podría suponer la aplicación del Acuerdo de París
A grandes rasgos, los objetivos del Acuerdo de París son tres: establecer el aumento de la temperatura global por debajo de 2 grados; aumentar la capacidad de adaptación a los previsibles efectos adversos de dicho calentamiento y establecer flujos financieros compatibles con los objetivos anteriores.
Son objetivos ambiciosos, desde luego, pero es cuando entramos en los mecanismos de funcionamiento cuando la cosa empieza a tambalearse. Y es que, según sus críticos, el acuerdo parece diseñado para “no pillarse los dedos”.
Por ejemplo, las contribuciones de cada país al esfuerzo global serán determinadas por cada país individualmente, y no por el conjunto de los firmantes. Lo único que dice el acuerdo al respecto es que dichas medidas deben ser “ambiciosas” y deben representar un “progreso sostenido a lo largo del tiempo”. En cualquier caso, si un país incumpliese sus propios objetivos, solamente se arriesgaría sería a que los demás le afeasen la conducta, porque dichos objetivos no tendrán en ningún caso especificidad de carácter normativo.
En definitiva, no parece difícil cumplir con un objetivo si te permiten fijarlo tú mismo y si, además, lo peor que te puede pasar en caso de no cumplirlo es que los demás te miren mal. Mucho menos aún en un mundo en el que los líderes de algunas de las mayores economías del mundo niegan abiertamente el cambio climático.
De todas formas, aunque los mecanismos establecidos para cumplir con el esfuerzo sean bastante flojos, aún nos queda por saber qué objetivos se autoimpone cada país. Es ahí donde conoceremos si el Acuerdo de París desemboca en un esfuerzo serio y decidido por parte de sus 195 firmantes, o si, por el contrario, termina en un esfuerzo fallido como fue Kioto. Eso es lo que se decide la próxima semana en la Cumbre Internacional Contra el Cambio Climático de Madrid.