¿Es el coronavirus una buena noticia para el medio ambiente?

Las lecciones que podría dejarnos el COVID-19 más allá de lo puramente sanitario

2020 será recordado como un año nefasto en muchos sentidos. La pandemia de coronavirus ha puesto nuestra vida patas arriba hasta un punto que nadie podía imaginar muy poco tiempo atrás. Pero esta crisis no solo ha dejado al descubierto algunas flaquezas de nuestras sociedades, sino que además nos ha ofrecido un atisbo de lo que un estilo de vida más consciente de su propio impacto significaría para el medio ambiente. Tal vez podamos aprender algo de ella, más allá de lo estrictamente relacionado con lo sanitario y lo económico.

¿Somos nosotros el virus? Esa es una pregunta que se ha escuchado mucho en las últimas semanas, cuando a las noticias relativas a la progresión de virus se sumaron las que hacían referencia a lo que estaba ocurriendo con el medio ambiente. Y es que la velocidad a la que se han desplomado los índices de contaminación, la mejora radical en la calidad del aire en las ciudades, el poco tiempo que les ha tomado a algunas especies de animales salvajes volver a caminar por nuestras calles desiertas o imágenes inauditas como las de los canales venecianos luciendo aguas tan transparentes que en ellas se pueden ver peces nadando son cosas que nadie había previsto.

Se desploman los índices de contaminación

A finales de enero el gobierno chino decidió cerrar la ciudad de Wuhan, epicentro de la crisis. Le seguiría poco después la provincia entera, Hubei, en la que viven 58 millones de personas. Menos de un mes después, varias imágenes obtenidas por satélites de la NASA y de Agencia Espacial Europea probaban que los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) en toda la zona se habían desplomado. En cuanto al CO2, según el portal especializado Carbon Brief, en apenas dos meses China ha dejado de emitir a la atmósfera una cantidad equivalente a la que emite la ciudad de Nueva York en todo un año. Ambos gases son residuos de los procesos de combustión de los motores. El CO2 tiene un papel muy importante en el cambio climático, mientras que el NO2 es particularmente nocivo para la salud de las personas.

Fuente: NASA

El fenómeno se repitió poco tiempo después en Europa; primero en Italia y después en España. Tanto en Barcelona como en Madrid los niveles de CO2 se han reducido en cerca de un 80%, mientras que, según Greenpeace, ahora mismo los niveles de NO2 se encuentran un 40% por debajo del límite que recomiendan tanto la OMS como la UE para preservar la salud de las personas. Y no solo llaman la atención los números, también sorprende la velocidad a la que se han producido estos cambios. En Barcelona, por ejemplo, la contaminación tardó solo tres días en caer a la mitad.

Estos datos no han pasado desapercibidos. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, admitió hace poco que la crisis del coronavirus estaba “trayendo buenas noticias al medio ambiente”. Sin embargo, él mismo remarcó que el alivio sería momentáneo, casi anecdótico, e invitó a no perder de vista que nos quedan décadas de lucha contra el cambio climático.

La boina de contaminación podría formar parte del paisaje de nuestras ciudades en muy poco tiempo.

Por desgracia, muchos expertos temen el probable efecto rebote que se producirá cuando pase la crisis del coronavirus; un efecto que no solo recuperará los niveles de contaminación habituales, sino que seguramente los disparará. Y es que existe un peligro cierto de que, en su afán por priorizar la reactivación de la economía, tanto los gobiernos como el sector industrial dejen en segundo plano las políticas medioambientales

De hecho esta misma semana conocíamos que esa preocupación ha unido a 180 representantes políticos, directivos empresariales, sindicatos y ONG en una “Alianza Europea para una Recuperación Verde”, cuya meta es influir para que la UE se fije como meta salir de la recesión económica sin renunciar, o mejor dicho, incrementando sus medidas de lucha contra el cambio climático. Para ello, según esta nueva alianza, las inversiones masivas que previsiblemente se pondrán en marcha, deberán guiarse por principios ecológicos.

Se sigan los criterios de la Alianza Europea para una Recuperación Verde o no, lo cierto es que no podemos seguir considerando la contaminación únicamente como un problema medioambiental. La polución está relacionada con la muerte de 8,8 millones de personas anualmente en todo el mundo, así que también es un problema para la salud humana, exactamente igual que el COVID-19.

Lecciones para nuestro futuro

¿Podemos aprender entonces algo de esta crisis antes de volver a la normalidad? No solo podemos, sino que además deberíamos poner en cuestión lo que hasta ahora conisderábamos “normalidad”. Algo importante que nos ha enseñado el COVID-19 es que la simple limitación de los desplazamientos tiene un impacto positivo enorme; mucho mayor de lo que habíamos considerado hasta ahora. Así que solo en este campo, el de la movilidad, hay muchas cosas que podemos hacer. 

Podemos (o debemos), hacer una apuesta clara por la movilidad sostenible, siguiendo el ejemplo de quienes hasta ahora han demostrado ser más ambiciosos en la consecución de ese objetivo. Hasta ahora hemos observado el coche eléctrico como algo perteneciente a un futuro prometedor, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los desplazamientos diarios en nuestro país son de menos de 50 kilómetros, algo que es posible cubrir con la tecnología con la que ya contamos.

Las empresas también han podido extraer una valiosa lección de esta crisis: las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) han permitido a miles de españoles seguir trabajando desde sus casas. El teletrabajo permitiría evitar miles de desplazamientos diarios. La flexibilidad horaria, por su parte, contribuye a evitar la saturación del transporte público y reduce los picos de contaminación.

Pero es en el último escalón, en el de los individuos, donde, como siempre, puede comenzar el cambio. Debemos tomar conciencia de que no todos los desplazamientos son necesarios y de que muchos de los que lo son pueden hacerse en medios de transporte no contaminantes. A día de hoy (o de ayer, mejor dicho), el 69,4% de los desplazamientos seguían haciéndose en coche. Y los coches son los responsables del 13% de la contaminación ambiental.

La normalización del teletrabajo evitaría miles de desplazamientos diarios.

Hace unos años nadie separaba sus residuos en casa; sin embargo, hoy nadie va por ahí alardeando de que no recicla (a no ser que le importe bien poco lo que piensen de él), porque existe una conciencia colectiva sobre lo que está bien y lo que está mal en ese campo. No sería mala cosa que esa conciencia sobre nuestra huella energética se extendiera a otros ámbitos: transporte, consumo responsable, elección de tecnologías de climatización más sostenibles, etc. Esa nueva forma de pensar podría ser la gran lección que nos dejara esta crisis.

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